dilluns, 29 de març del 2010

PER ESCOLTAR ELS NOSTRES FILLS

Ser padres

Cuando uno se plantea cuál sería el modo de proporcionar una escucha de máxima calidad a sus hijos o a los niños de su entorno, vienen a la mente conceptos como: atención completa, respeto a las ideas y necesidades del niño, olvidarse de todo lo demás y dedicarse al niño 100%… suena muy bonito, pero si alguien consigue hacer esto durante un día completo, seguramente al llegar la noche tendrá dificultades para arrastrarse hasta la cama.

Lo cierto es que los niños necesitan recibir una atención de calidad para crecer y desarrollarse. Justamente si ponemos el enfoque en la calidad, la cantidad no tiene tanta importancia. La escucha profunda es una técnica que incorpora conocimientos de la permacultura (observación de la naturaleza para aplicar su sabiduría a las relaciones). En el caso de la atención de calidad, lo que se ha demostrado es que todos los sistemas tienen la capacidad de sanarse a sí mismos, si se dan unas circunstancias favorables. Los niños pequeños son los maestros de este arte; no tienen ninguna inhibición a la hora de expresarse con llantos, gritos, timidez, pataletas y todo un abanico de reacciones emocionales que se pueden leer fácilmente en su cara y su cuerpo. Y a los dos minutos, como si nada hubiera pasado, ya han sanado su dolor o su disgusto. Si permitimos al niño expresarse en el momento que lo necesita, este puede descargar la emoción totalmente y en seguida volver a su estado normal.

Sin embargo, no siempre es fácil hacer esto. Hemos aprendido a consolar a los niños con frases tipo: “No llores, no es nada, esto no ha dolido” o también tratando de desviar su atención hacia algo que les haga olvidar su emoción: “Mira el pajarito, qué bonito!” Pero lo que el niño necesita en este momento es que se reconozca su emoción y de esta forma se le transmita seguridad: “Uy, ¡esto sí que ha dolido!” o “Ya veo que te da pena que no podamos quedarnos más en el parque.” Esto ayuda al niño a identificar y reconocer sus propias emociones, y a la vez le proporciona un espacio para sanarlas. En su libro El niño feliz, Dorothy Corkille Briggs resume muy bien este fenómeno cuando dice: “Los sentimientos negativos que se expresan y aceptan pierden su poder destructivo.”

Pero, ¿qué pasa si el niño necesita descargar un sentimiento negativo justo cuando hay que salir para no llegar tarde, o en una cena en un restaurante? El niño ha de entender que existen limitaciones realistas respeto al lugar y el momento para expresar ciertos sentimientos. El lugar: la privacidad de la familia. El momento: las horas que resultan apropiadas. Mientras el niño sepa que existen estas salidas, podrá controlarse temporalmente. Por ejemplo, justo al salir de casa en dirección al colegio con el tiempo justito, el niño se cae y se golpea la rodilla con el suelo. Vas con las manos llenas de mochilas y tal vez el hermano menor a cuestas, no es un momento para dedicar atención de calidad al niño. En este tipo de casos, bastaría con decir: “Ya veo que te has hecho daño, pero tienes que subir al coche ahora y cuando estés sentado me lo cuentas todo.” Volviendo al libro de Dorothy Corkille Briggs: “Jamás tratemos de ayudar al niño a expresar sus sentimientos cuando nuestras presiones externas o internas no nos permitan escuchar honestamente.”

ESCUCHA SANADORA

Es evidente que no se puede dar a los niños nuestra atención todo el tiempo (cantidad), pero existe una forma de dar una atención durante el tiempo que cada uno dispone y que esta atención sea sanadora para el niño (calidad).

Un tiempo.

La técnica consiste en dedicarle al niño unos “bloques” de tiempo a lo largo de la semana, siendo realistas con nuestras capacidades. No existe ningún ideal, cualquier cosa es mejor que nada. Si uno dispone de media hora o una hora cada día, es perfecto. Y si son 2 minutos al día, también es perfecto. Se trata de ponerse una meta alcanzable y dentro de nuestras posibilidades. La mayor dificultad es conseguir que este tiempo de calidad lo podamos dedicar al niño, a solas, y sin interrupciones. También hay que conseguir dejar de lado todas las preocupaciones y estar totalmente presente con el niño.

Suelta las riendas.

Durante este tiempo que le dedicamos al niño, no es necesario explicarle nada. No hay que hacer nada, justamente, solo se trata de hacerle caso. Hay que dejarle al niño las riendas durante un ratito. Después de unos minutos el niño fácilmente se dará cuenta y querrá jugar con sus juguetes favoritos, que te conviertas en un niño como él, deja que te guíe. Es posible que el niño, al sentir este espacio seguro, cree unas circunstancias “accidentales” en las que se haga daño y empiece a llorar para descargar sentimientos acumulados. No le des consejos. Sé todo oídos. Verás como el tiempo pasa volando y te acabas pasando del tiempo que tenías previsto.

Con esta técnica, a la vez sanadora y preventiva, el niño podrá estar emocionalmente “al día”, libre de acumulaciones listas para saltar en momentos inoportunos, y así se consigue un mayor nivel de armonía en las relaciones familiares.


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